Resulta inconcebible que todavía puedan existir corrientes que nieguen
la evidencia del cambio climático que se cierne implacable sobre nuestro
planeta. No solo las advertencias de la comunidad científica
internacional, sino los irrefutables relatos de los medios informando de
desastres climáticos inhabituales y cada vez más virulentos a lo largo y
ancho de todo el planeta.
Hasta los meros observadores de la naturaleza, pastores o personas de a
pie con una cierta edad, coinciden en aseverar en el día a día el
comentario; “esto no es normal”.
¿Cuándo se habían visto tornados en las costas del mediterráneo?
¿Cuándo se habían visto sequías e inicio de desertificación en el norte
de España?
¿Cuándo se había visto que el mes de agosto en Galicia pueda ser más
caluroso que en Almería?
Y tantas y tantas cuestiones de una enorme transcendencia para sacar
conclusiones sobre el futuro.
Desde el punto de vista de la historia climática de la Tierra, este
cambio es casi instantáneo en comparación con los miles de años de los
que la ciencia es capaz de escrutar: Glaciaciones, sequías, etc.
Hablamos tan solo de los últimos 50 años.
¿Estamos ciegos, o estamos locos?
Simples cifras con dramáticas consecuencias:
Los fenómenos meteorológicos extremos representan en la actualidad el
77% del total de las pérdidas económicas en el mundo desde 1997. Esta
cifra representa un “aumento espectacular” del 151% en comparación con
las pérdidas registradas entre 1978 y 1997.
Durante este periodo fallecieron por desastres climáticos 1,3 millones
de personas y unos 4400 millones fueron heridas, perdieron su hogar,
tuvieron que desplazarse o necesitaron ayuda de emergencia.
Los países de economías débiles son quienes sufren de manera
desproporcionada las consecuencias de los desastres climáticos, pero
ninguno se libra de sus consecuencias.
Los políticos deberían priorizar este problema. Estamos hablando de un
caos anunciado que pone en inminente riesgo la vida sobre la Tierra.
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