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Nadie discutirá que de todos los sistemas expuestos a la intemperie,
exceptuando los sectores aeronáutico y marino, el que mayor sufre las
inclemencias del tiempo es el automóvil.
Los automóviles están expuestos a inclemencias meteorológicas y
situaciones adversas tales como cambios térmicos, lluvia, heladas,
ozono, salpicaduras de agua, sustancias químicas contra el hielo de las
carreteras, polvo, arena, salitre, etc., y entre todas ellas la niebla
salina marina es una de las más importantes por los fenómenos de
corrosión que conlleva.
De todos los componentes de automoción, los que requieren una mayor
atención, además de los sistemas de frenada, son los amortiguadores,
especialmente por el papel que juegan en la seguridad del vehículo.
La fatiga mecánica generada en los amortiguadores por baches, curvas,
badenes, cargas pesadas, etc., en función del kilometraje, hacen que el
chasis se vaya ablandando a medida que disminuye el rendimiento del
amortiguador. Si a esto se suma el deterioro por corrosión, entonces
las consecuencias llegan a suponer un verdadero riesgo para la
seguridad: Rotura, distancia de frenado más larga, pérdida de eficacia
de los sistemas de asistencia electrónicos como ABS y ESP, así como una
reducción de la adherencia al suelo, hasta un mayor riesgo de derrape en
húmedo y desestabilización en curvas.
Por todo lo anteriormente dicho, los expertos de control de calidad, no
solo de las fábricas proveedoras, sino de las marcas y los laboratorios
de I+D, se esfuerzan para garantizar los productos, optimizar la
eficacia y prolongar su vida media. Todo esto pasa por evaluar la
resistencia a las condiciones climáticas adversas bajo pruebas
funcionales, estáticas y dinámicas.
De todas las pruebas de laboratorio más exigentes, destaca el ensayo de
corrosión acelerada por niebla salina, porque si reducimos el riesgo de
deterioro por corrosión, estaremos garantizando la seguridad viaria,
tanto para nosotros, como para terceros implicados.
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