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Ahora mismo podemos saber sin mucha dificultad la temperatura que hizo
ayer o cuánto llovió hace dos días en cualquier rincón del mundo. Es tan
fácil como buscar un poco en internet. Incluso podemos saber qué tiempo
hizo tal día como hoy hace diez años, y esto se debe a que existen
registros instrumentales, es decir, que se miden variables
meteorológicas de forma sistemática (cada día a la misma hora, por
ejemplo) y se almacenan. Sin embargo, esto no siempre ha sido así, hace
200 años, por ejemplo, eran muy pocos los lugares en los que se anotaban
los valores de temperatura y precipitación cada día. No existía una red
meteorológica mundial.
El hecho de que no tengamos medidas directas de la temperatura o
precipitación del pasado es relevante, puesto que conocer estas
variables nos ayudaría a entender mejor el presente. ¿Podemos saber
entonces si ha habido siglos en los que la temperatura ha sido similar o
mayor a la actual? A resolver esta y otras preguntas parecidas se dedica
la ciencia del paleoclima. El estudio del clima pasado se puede realizar
a partir de dos fuentes diferentes: las reconstrucciones a través de
medidas indirectas (también llamadas proxy) y las simulaciones con
modelos climáticos. En este caso nos basaremos en las primeras, que
reconstruyen alguna variable meteorológica (tal como temperatura y
precipitación) a partir de medidas de otras variables no climáticas. En
particular los proxy que aquí vamos a explicar son los árboles, aunque
existen muchos más como los testigos de hielo, los corales, los
sedimentos marinos, los diarios de navegación,... ¡de todos ellos se
puede obtener información climática!
Los árboles, como se ve en la Figura, crecen ensanchando su tronco
creando un anillo cada año, y esto nos permite calcular fácilmente la
edad que tienen. El anillo que está más cerca de la corteza es el
último, y el del centro el primero del árbol. El árbol de la Figura 1
nació en 1946 (1er año de crecimiento) y el último año en el que creció
fue 1996 (viviendo en total 50 años). De este modo, sabiendo en qué año
se toma la muestra del árbol, podemos contar hacia atrás los anillos y
asignar a cada uno de ellos un año del calendario.
La anchura de los anillos depende de varios factores, por ejemplo, de la
edad del árbol, ya que, por lo general, como pasa con el ser humano, el
árbol crece más cuando es joven, y los anillos son más delgados cuando
el árbol es más viejo. Pero hay algo que nos interesa más, que es el
hecho de que el crecimiento de los anillos va a ser mayor cuando las
condiciones climáticas sean más favorables. Lo contrario va a ocurrir
cuando las condiciones sean adversas. Así, por ejemplo, si la
temperatura es demasiado baja o el árbol recibe muy poca agua un año, el
árbol crecerá muy poco y el anillo que se formará será más delgado de lo
que le correspondería según la edad que tiene. Podemos decir que ese año
el anillo es anómalamente pequeño.
Si medimos la anchura de cada anillo del árbol podemos generar una serie
con valores anuales de su crecimiento. A cada año de esta serie le
podemos restar lo que se esperaría que el árbol creciera ese año según
su edad, es decir, que para cada año tendremos una medida de si ese
árbol tuvo un crecimiento mayor o menor de lo esperado. Si esto lo
hacemos para muchos árboles distintos (pero del mismo emplazamiento y la
misma especie), podemos obtener una serie de valores medios de
crecimiento (o mejor dicho, de anomalías de crecimiento) en esa zona. A
eso se le llama cronología y es lo que intentaremos relacionar con el
clima, como veremos después.
Pero, ¿cómo podemos contar los anillos sin cortar los árboles?
Normalmente lo que se hace es perforar los árboles con una barrena, que
nos permite sacar un pequeño testigo de madera. Taladrando paralelamente
al suelo y apuntando hacia el centro, el testigo extraído recogerá, con
un poco de suerte, todos los anillos de crecimiento desde que el árbol
nació.
¿Y todos los árboles van a ser sensibles a la variabilidad del clima?
Todos no. Es necesario encontrar un área en la que los árboles sufran
condiciones climáticas un tanto extremas. Por ejemplo, nunca
perforaremos en una ciudad, puesto que esos árboles siempre están
regados, a pesar de que no llueva. Sin embargo aquellos emplazamientos
considerados límite: a una altitud elevada o donde los árboles sólo
reciben el agua procedente de la precipitación, serán nuestro objetivo.
Cuando tengamos nuestra serie la compararemos con los valores medidos de
la variable climática que pueda ser más importante en esa zona para
limitar el crecimiento de los árboles (e.g. temperatura y
precipitación). Estos valores medidos, en el mejor de los casos, no
suelen ir más allá del siglo XX. Si al comparar ambas series la de la
anchura de los anillos guarda una buena semejanza con la de los valores
observados, podremos decir que ambas series están correlacionadas (es
decir, que existe una relación observable entre ambas durante ese
periodo). Y ahora llega lo importante. Nuestra serie del crecimiento
promedio de los anillos puede llegar a cubrir los últimos 500, 700 o
incluso 1000 años (dependiendo de la edad de los árboles encontrados).
Si asumimos la hipótesis de que los árboles estudiados han sido siempre
sensibles a la misma variable que hemos visto antes, y que además lo han
hecho siempre de la misma manera, vamos a poder utilizar nuestra serie
completa de crecimiento para reconstruir los cambios pasados de la
variable climática cuando no había medidas directas.
Autoría:
GRUPO PALMA-UCM
Dep. Geofís. y Meteorol. UCM
Dep. Astr. y F. Atmósfera.
TROPA UCM
GRUPO PALMA-UCM
Dep. Geofís. y Meteorol. UCM
Dep. Astr. y F. Atmósfera.
Créditos:
Laura Fernández Donado
Pablo Ortega Montilla
J. Fidel González Rouco
Más información:
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Teléfono: 91 394 4513 (Belén Rodríguez de Fonseca y Marisa Montoya
Redondo)
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